martes, 18 de enero de 2011

Detrás de las Seis de Jaro Godoy.

Detrás De las Seis.
 
 
Tu vientre, Armagedón donde combaten su invisible guerra,
Una jauría demente de azafranes.
Tus labios, dos arco iris, dos mañanas de pintada lujuria en sus muros,
Un grito penoso de animal silvestre,
Adormecida lluvia de cedrón cerca de la seis de la tarde.
 
La sagrada soberbia de tu belleza llena el vacío fecundo,
Sobre el aire enamorado de la medianoche,
Tus besos, palomas recién bautizadas, en el orgulloso,
Acantilado de la libertad.
 
Tus palabras, juncos de poesía, arroyos del edén,
Agua dulce bajo el susurro de los ángeles en reposo.
Ariscos gritos de primavera enajenada,
Cayendo sobre mí como un ejercito de rosas mojadas.
 
He disfrazado los dioses en el callejón perdido de mis palabras,
Y en el cementerio de poemas sutiles, he bailado ebrio,
Conjurando mi locura a penetrar los encantos encendidos de tú sed,
Para desojar tu mirada en el madero indio que arde en el tiempo.

Rota la luna en diamantes,
Me he quedado con la piel del más bravo guerrero de la oscuridad,
Para ofrendarte en el fuego salvaje de su odio más preciado,
El gran poema invisible,
Que entre palabras de agua se escribía por tu alma.
 
Leve figura de mujer, materia sutil que busca su forma,
En las tardes grises de las viudas camino a un entierro,
Y cae la ultima hoja del tiempo,
Como dos gotas de almendra, entre fragmentos de violetas.
 



















 

Seis de la tarde, explosión de manzanas adolescentes a las seis de la tarde,
En el sudor de una mujer en fuga, en el amor con agujas de cristales,
Como ladrones del otoño entre violines nupciales,
Cayendo sobre la pólvora reseca del ultimo suspiro,
Destejiendo el amanecer detrás de las seis de la tarde.

Jaro Godoy.
 
Ilustraciones de Ángeles Bravo


sábado, 8 de enero de 2011

Mi Hada. Texto de Miguel Domínguez

Mi hada
Mi hada entró abruptamente por una ranura en la pared, parpadeó con sus grandes ojos verdes y me preguntó por el rosal más cercano, le indique que lo más aproximado era una bugambilia que crecía silvestremente en la entrada de mi casa, a mis espaldas la ranura se abría como una cremallera y salió un hada enfundada en una inquietante minifalda de cuero negro y tacones impresionantemente altos, traía la palabra perversiòn tatuada en las pupilas no se digno mirarme y dió espacio a dos hadas idénticas, traían sus alas plegadas y sin mediar palabra se acomodaron en mi cuarto, se oían muy alegres y cómodas, ahora tengo en mi sofá 18 musas baquetonas burlándose de mi ineptitud y 4 hadas haciendo gala de su mayor insolencia, deambulando en mi cuarto, mi único refugio es un rincón en el techo, y la esperanza de que no se les ocurra hechar un vistaso a mis sueños.